Se ha dicho que
“Emilio Seraquive pertenece a toda una generación que empieza a destacarse”,
pero hablar de generación en términos masivos es un error. Pertenece sí a un
conjunto de nombres de artistas lojanos que han venido exponiendo
individualmente durante los últimos años, nombres por cierto muy puntuales que
han aportado una renovación decidida a la plástica lojana. Dichos artistas
deciden o no participan en concursos y Salones de Pintura, no es una constante
en todos. En todo caso me consta que Emilio, a más de haber ganado varios
premios, ha sido un expositor constante, esto es a mi juicio el verdadero
mérito suyo: la constancia, el trabajo cotidiano y el esfuerzo de hacerse un
nombre en base al trabajo.
Es más, de no
haber ganado el Salón de Octubre, seguro que todavía fuera parte de este grupo
que aún permanece desconocido para la mayor parte de la sociedad, que se
vanagloria con estos premios más por conveniencia que por demostrar en realidad
un apoyo. Ellos seguirán seguramente en este injusto anonimato durante mucho
tiempo, pero están allí señoras y señores, exponiendo permanentemente sus
propuestas. Reitero que a Emilio hay que considerarlo sobre todo por su trabajo
individual pues este le ha permitido desarrollar su expresión con un proceso
serio y decidido.
Proceso que
inicia con una influencia surrealista, en su etapa de formación académica, para
pasar luego por el influjo del arte ecuatoriano contemporáneo, en especial
hacia la pintura de Luigi Stornaiolo, para finalmente, enraizar su trabajo
sobre la base sólida de la pintura expresiva por antonomasia: la neofiguración
baconiana. Todo esto unido con la visión
crítica e irónica que Emilio pone de relieve como su temática principal: el
hombre urbano, que depreda tanto a la sociedad como a sí mismo. Su pintura tiene un carácter punzante, atroz,
catártico y es un reflejo descarnado del medio, que lejos de sentirse descubierto,
lo absorbe. Pero la esencia está allí, a pesar de que la traten de evitar. La
pintura de Emilio Seraquive denuncia, somete, critica y se posa sobre todos
para que la vean.
El hombre urbano
que, por cierto, Emilio conoce muy bien. Incluso parte de su estética personal
lo denota, artista que se precia de tener un contacto con las poblaciones citadinas,
con los personajes que la habitan, con sus presencias y ausencias, con el color
derramado y el no color como fondo, con soledades desgarradas, porque
seguramente en su pintura hasta los sobrevivientes están condenados. En fin,
son los espacios conseguidos para llevar la calle al museo, casi sin la
observancia de la sutileza, porque el espanto ha sido tan crudo que se escapa
hacia nuestros ojos…
Wilson R. Castillo T.
ARTISTA PLÁSTICO –
CRÍTICO DE ARTE
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